Silletero de todos los oficios

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Ser silletero de vocación implica conocer todos los oficios que configuran la identidad silletera. Y aunque hablar de silletas en Medellín represente todavía referirse solo a esas esculturas de flores cargadas por los campesinos de Santa Elena, estos hombres y mujeres han levantado sus voces y su presencia para que todos los significados que acompañan su historia, memorias y formas de vida sean cada día más valorados en su justa medida.

Óscar Atehortúa Ríos es un ser excepcional que ha encarnado los múltiples oficios de la cultura silletera; aprendidos tal como lo legitima la tradición, en el seno familiar. Ha sido floricultor y comerciante de flores, y desde muy joven las llevaba en su silleta con el cargador de cabuya hasta las plazas y cementerios. Y, por supuesto, ha creado obras artísticas integradas a su silleta tradicional para desfilar en la Feria de las Flores luciendo las alpargatas, el sombrero y el carriel, típicos de la identidad del “paisa”.

Desde hace veinte años es un agricultor dedicado a los productos orgánicos, lo cual le ha permitido diversificar con hortalizas que antes no hacían parte de la alimentación cotidiana de los campesinos del territorio (lechugas, remolachas, brócolis, coliflores, etc.). Así mismo, conoce de primera mano todo el proceso de cosecha y elaboración de la cabuya, pues en su casa aprendió a hacer cargadores tejidos a mano, torciendo fique junto a sus hermanos y su madre, mientras rezaban el Santo Rosario.

En su niñez y juventud recogió leña para uso doméstico y ayudó a elaborar el carbón vegetal que surtía las fábricas de jabones y pólvora de la ciudad. La recolección de tierra de capote y de musgo le permitió tener algunos excedentes de dinero, en especial en diciembre, la única época en la que conseguía estrenar ropa y zapatos. En cuanto a la vivienda, si bien no construyó una casa hecha totalmente en tapia, conoció de cerca esta técnica gracias a sus antecesores, y tuvo la obstinación suficiente para cargar los ladrillos y el cemento por largos trayectos para construir su vivienda en Santa Elena.

Óscar y sus hermanos crecieron endulzados con las melodías del tiple que solía tocar Luis Elías Atehortúa Patiño, su padre, quien le enseñó las primeras notas mientras decía: “concéntrese mucho, que el oído le dice todo”, y así se consagró todos los días a su fiel instrumento. Aunque no se profesionalizó en el arte, tiene un repertorio de composiciones y melodías sencillas inspiradas en su territorio, que le cantan a la naturaleza y al amor.

Al escuchar los relatos de don Óscar, mientras alimenta pájaros y ardillas y colecta frutos de su huerta en la Posada El Descanso, podría decirse que para él y quizás para muchos silleteros de Santa Elena, los vínculos con la familia y con el territorio les han bastado para saber vivir. Los oficios, el sustento e incluso las expresiones artísticas se alimentaron de esa conexión entre la familia y la tierra. Una vez aprendieron a leer y escribir en la escuela rural la prelación fueron los saberes agrícolas, el dominio del entorno natural y el conocimiento heredado de sus padres y abuelos.

En tiempos tan revueltos como estos, urgidos de memorias que conecten a los individuos con sus lugares físicos y emocionales y con las historias que los preceden, es un privilegio atesorar la semblanza de don Óscar de Jesús Atehortúa Ríos a través de su propia voz.

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